Hoy viene un cliente al despacho. Hablando, me cuenta que lleva tres años intentando casarse. Tiene la nacionalidad española. Ella la tiene austríaca. Pero la jueza les pone todas las pegas del mundo, porque sospecha fraude.
Ella es peruana de origen. Pero la República austríaca le concedió la nacionalidad, como se la concede a muchísima gente, como también España la concede a otros tantos, cuando cumplen los requisitos para obtener la nacionalidad. Él también es peruano de origen. Y también adquirió en su momento la nacionalidad, en este caso la española. A él le abrieron una ficha en el Registro Civil, y por tanto ha podido sacarse su partida de nacimiento del Registro Civil español, la que le piden para casarse. Eso sí, tras dos subsanaciones, le pusieron mal el nombre y el sexo. Dos años para añadir una letra y cambiar de sexo. ¿A quién se le ocurre que Osvaldo Ladislao pueda ser mujer?
A ella le piden una partida de nacimiento austríaca. En Austria no tienen esa costumbre. Conceden la nacionalidad, pero no inscriben a la gente en el Libro Registro de Nacimientos. La certificación del consulado austríaco de que en Austria no se practican, no le vale a su señoría. Tres años llevan intentando casarse. Y no son unos jovencitos, precisamente.
El matrimonio por conveniencia se ha practicado de toda la vida. De hecho, la gente con dinero sigue practicándolo. Si hay dote o patrimonios por medio, parece que a nadie molesta. No tiene por qué hacerlo. Pero si lo que hay por medio la nacionalidad, y más si no son ricos (cuando lo son, nadie mira), entonces casarse puede ser un calvario. Como lo fue para los protestantes de la generación de mis padres, que si habían nacido católicos, tenían que tirarse años suplicando al obispado que les emitiera un certificado de apostasía, porque sin él, el Registro Civil no les dejaba casarse.