Mis conversaciones con ChatGPT normalmente son las conversaciones con un asesor o ayudante: le pido ideas, borradores, etc.
Hoy le pedí ideas, pero con el esquema que me dio me ofreció redactarlo en forma de artículo, y aquí va. No lo he tocado, porque no soy historiadora sino aficionada a la historia, ni politóloga, pero sí aficionada a la política. Y no me he tropezado con ningún dato que haya necesitado aclarar o matizar, como sí suele suceder en otras ocasiones.
De modo que aquí va el artículo, tal cual. Incluida la metáfora última, la de la rima.
¿Se Turnan Siempre los Mismos? Cánovas, Sagasta, PP y PSOE: Una Comparación Necesaria
En la historia política de España, hay momentos que, aunque estén separados por más de un siglo, tienen ciertas similitudes sorprendentes. Uno de ellos es el llamado “turno pacífico” de finales del siglo XIX, cuando Cánovas y Sagasta se alternaban en el poder con sus respectivos partidos (Conservador y Liberal), y otro es el sistema actual, donde PP y PSOE han gobernado casi sin interrupciones desde la Transición. Aunque las diferencias son muchas —empezando por que hoy vivimos en democracia—, merece la pena preguntarse: ¿hay puntos en común entre aquel sistema del siglo XIX y nuestro bipartidismo actual?
1. El poder se turna, pero… ¿decidimos nosotros?
Durante la Restauración (1874–1923), los dos grandes partidos se turnaban el gobierno de forma pactada. Las elecciones estaban amañadas y los resultados se "arreglaban" antes de que se abrieran las urnas. Hoy eso no ocurre: las elecciones son limpias, el voto es libre y universal. Pero mucha gente tiene la sensación de que, al final, gobiernan siempre los mismos, con políticas parecidas. No porque haya fraude, sino porque el sistema favorece a los dos grandes partidos, y eso hace que la alternancia parezca inevitable, casi automática.
2. Participamos más, pero… ¿nos escuchan?
En la época de Cánovas y Sagasta, la mayoría de la población no votaba, y los que sí lo hacían, sabían que su voto servía de poco. Hoy tenemos derecho a votar, y mucha más información que antes, pero también más dudas sobre si nuestro voto cambia algo realmente. La abstención y el desencanto van en aumento, especialmente entre jóvenes. Aunque formalmente vivimos en una democracia, muchos sienten que los partidos mayoritarios no representan sus preocupaciones.
3. Partidos: ¿vehículos de ideas o máquinas de poder?
Antes, los partidos eran poco más que clubes de notables, creados para organizar el turno en el poder. Hoy los partidos tienen estructura, ideología y militancia. Sin embargo, también se han profesionalizado mucho: funcionan como organizaciones que reparten cargos, gestionan recursos y cuidan más su imagen que el debate interno. A veces, parece que lo importante es ganar elecciones, no construir proyectos políticos a largo plazo.
4. Del caciquismo rural al clientelismo moderno
En la Restauración, los caciques locales controlaban el voto mediante favores y presiones. Hoy no hay caciques como tales, pero sí hay prácticas que recuerdan al clientelismo: contratos públicos, redes de influencia, favores políticos… Especialmente a nivel autonómico o municipal, donde los partidos tienen estructuras muy consolidadas, no siempre fáciles de fiscalizar.
5. Cuando aparecen nuevos partidos
El sistema del XIX cayó porque no supo integrar a nuevos actores: republicanos, nacionalistas, socialistas... Hoy hemos visto algo parecido con la aparición de partidos como Podemos, Ciudadanos o Vox. Aunque el PP y el PSOE siguen siendo las fuerzas principales, su dominio ya no es tan claro como antes. El mapa político está más fragmentado, y eso obliga a negociar, pactar y a veces a renunciar a ciertas comodidades del bipartidismo.
6. ¿Quién manda de verdad?
En tiempos de Cánovas y Sagasta, estaba claro: mandaban las élites, y el pueblo apenas contaba. Hoy la situación es distinta, pero muchos sienten que las decisiones importantes se siguen tomando en círculos cerrados: despachos, consejos de ministros, sedes de partidos… Y que la sociedad civil solo es llamada a opinar cuando hay elecciones, pero poco más.
Conclusión: ¿Cambiamos los nombres pero no las reglas?
No se trata de decir que hoy vivimos en una copia de la Restauración. Las diferencias son evidentes. Pero sí podemos ver ciertas continuidades en cómo se organiza el poder político en España: dos grandes partidos, una alternancia casi automática, una ciudadanía a veces desmotivada y una estructura de partidos más centrada en gestionar que en transformar.
La comparación sirve no para despreciar lo que tenemos, sino para pensar en cómo mejorarlo. La historia no se repite, pero a veces rima. Y entender esas rimas puede ayudarnos a escribir estrofas nuevas.
Aunque en el artículo diga que no hay fraude, sí lo hay, en mi opinión. Es más discreto y pasa más desapercibido. Y seguramente por parte de ambos, aunque con dimensiones diferentes.
Porque hay fraude cuando se produce un "dopaje electoral" es decir, se gasta mucho más dinero del que se declara oficialmente, mediante artimañas. El PP ha sido condenado varias veces por ello, pero parece que a sus votantes eso les parece bien. Y tampoco hay ninguna pena asociada a la condena que les impida persistir y repetir.
Luego está el autobombo institucional, practicado por ambos.
Y finalmente está el apoyo mediático que siempre reciben las derechas mucho más que las izquierdas, dado que el poder económico está de su lado. Los grandes medios en papel reciben abundantes subvenciones directas e indirectas. La izquierda sobrevive básicamente con medios digitales que dependen más de suscriptores que de patrocinadores o de la publicidad pagada.