5 de enero de 2011

democracia, mercado y estado de bienestar: reflexiones

Hace tiempo que se veía venir: las tendencias del sistema de la seguridad social y la pirámide poblacional son insostenibles. En los países como Suecia, Alemania, etc, las locomotoras del sistema industrial capitalista, quizá se vea menos, porque su hegemonía económica seguramente oculta los puntos flacos del sistema.

Pero en los países como el nuestro, que han llegado más tarde y nunca podrán estar a la altura de esas potencias económico-industriales, los puntos flacos se ven enseguida. Eso no debería significar renunciar al espíritu que inspira nuestras democracias: igual derecho para todos a una vida digna. Lo que seguramente sí significará es poner en cuestión el axioma que el sistema económico-capitalista ha elevado a dogma: que el mercado, la lógica del mercado, es la solución económica racional por excelencia para cualquier ámbito de la vida.

Seguramente también ponga en cuestión la estructura del estado, tal como lo conocemos. Nuestros estados modernos son herederos de las naciones estado, mayormente constituidos por monarquías, aunque no siempre, también lo han sido por aristocracias económicas o familias o grupos políticos a la cabeza de burocracias modernas. El caso es que la democracia apenas es una pátina reciente, y no tiene mucha más antigüedad que el reconocimiento de las mujeres como sujeto social, político y económico. Por eso seguramente el grado de participación política de las mujeres y el grado de penetración de los principios democráticos en los estados (sus gobiernos, su administración, sus diversos órganos) van parejos.

En Europa, las dos guerras mundiales se encargaron de diezmar la población adulta, pero la reconstrucción que siguió dio trabajo a tanta gente, que ni las familias ni los gobiernos vieron ninguna necesidad de acciones para frenar el crecimiento demográfico. Al contrario, el crecimiento demográfico posibilitaba el florecimiento de una nueva industria una vez acabara la reconstrucción: la industria de los servicios a la tercera edad. Los supervivientes de las guerras mundiales eran animados a participar de forma entusiasta en el crecimiento industrial occidental: Centroeuropa, los países nórdicos y Estados Unidos. Aunque como Estados Unidos tenía menos que reconstruir, se dedicó a seguir construyendo el imperio colonial fuera de sus fronteras. 

Una vez acabada la reconstrucción y armado un aparato industrial enormemente productivo se aprovechó el desmembramiento de los imperios coloniales para seguir alimentando la máquina productiva: mediante créditos a los países en vías de desarrollo la máquina industrial siguió produciendo, la clase obrera siguió participando en el proceso productivo y acumulando puntos para disfrutar durante la jubilación, y todos felices y contentos. Los años ochenta y noventa fueron los años dorados de la tercera edad: gracias al avance de la higiene y del aumento del nivel de confort, aumentó la esperanza de vida, y aumentó el período de facultades plenas posterior a la jubilación. Y gracias al trabajo de la generación posterior, fruto del babyboom y a que el aparato productivo aún funcionaba a toda marcha gracias al sistema financiero y su capacidad para generar crédito, esa generación pudo convertirse en un factor importante del sistema económico. Por un lado la capacidad de consumo de la fracción con facultades plenas generaba gran cantidad de servicios, por otro, los avances de la farmacología y de la medicina en general permitían el florecimiento de otro importante sector económico: el de los servicios a ancianos enfermos crónicos, los medicamentos para ancianos, los servicios asistenciales, etc. Todo ello con cargo a  las cotizaciones de una población activa muy importante.

Pero esto se ha acabado. En realidad, el sistema de la Seg. Social era y es un tinglado piramidal. Sólo funciona en la medida en que la población activa cotizante es mucho mayor que la población jubilada, inválida, o discapacitada. Pero los recursos para alimentar la población mundial son limitados, y mucho más los recursos de cada país para alimentar su propia población. Además, hay fenómenos geográficos y climáticos que hacen que los límites vayan variando, y siempre ha habido migraciones derivadas de estos factores. 

La globalización ha pervertido los factores geográficos y climáticos, de modo que actualmente los principales motivos, aparte de la guerra, para las migraciones masivas son económicos y políticos (en realidad la guerra no deja de ser un fenómeno económico y político).

Volviendo al tema de la Seg. Social. La gente de izquierda debemos dejar de sacralizar el sistema de Seguridad Social.  Tener un sistema de la seg. social cerrado, en el que los gobiernos de turno no pueden entrar recortando partidas a voluntad, en el que el estado sólo puede intervenir legislando, pero no manejando su presupuesto, constituye una garantía para los trabajadores. Pero si los legisladores empiezan a sabotear el sistema, permitiendo leyes que sustraen trabajadores a los beneficios del sistema, como ha sucedido con varios millones de trabajadores, sacándolos del régimen general y por tanto escamoteándoles beneficios sociales concedidos por las leyes a los trabajadores por cuenta y riesgo ajeno, el sistema empieza a hacer aguas. 
Eso sin tener en cuenta el hecho de que la financiación está planteada sobre la base de una estructura piramidal y es inviable como solución para la población trabajadora de un país. De hecho, en este momento la precariedad del trabajo para gran cantidad de gente está reduciendo artificialmente la cúpula de la pirámide. La capitalización del trabajo a largo plazo deja de ser una realidad para una enorme fracción de la población trabajadora. Hay una gran cantidad de población trabajadora desempleada, otra gran cantidad de población trabajadora en constante precariedad (muchos de ellos convertidos artificialmente en autónomos cuando eran totalmente dependientes) y por tanto sin ningún derecho a pensión en el futuro. Al final los currantes se jubilarán a los 67 quedándoles pensiones exiguas o inexistentes, mala salud y una menor esperanza de vida, mientras que los prejubilados de la banca, los directivos de la gran industria y de la administración pública disfrutarán de diez años en buena salud, más una mayor esperanza de vida y pensiones sustanciosas.

Los trabajadores en constante precariedad o parados de larga duración hace tiempo que han renunciado ya a disfrutar las jubilaciones doradas que conocieron de oídas los primeros o financiaron con sus cotizaciones los segundos. Viajes, un nivel de vida acomodado .... saben que no son para ellos.

Y sin embargo, la gente trabajadora que pagamos impuestos y aún tenemos trabajo, no queremos, ni debemos, ni podemos seguir siendo cómplices de unos estados nacionales heredados, constituidos a la medida de las necesidades de reyes, aristócratas y demás chupópteros, por la fuerza de las armas.

La primera y la segunda guerra mundial trajeron los ideales democráticos a la población trabajadora europea. Seguramente nos hemos dejado seducir por los niveles de confort y de consumo, pero va siendo hora de que nos demos cuenta del espejismo, y que el gigante del bienestar y del consumismo popular tenían pies de barro, llamados explotación y esclavitud (de la población trabajadora de los países subdesarrollados). Ya no habrá más empleo para grandes masas de trabajadores, hay demasiadas máquinas para ello, al menos de momento. Y fabricar máquinas sigue siendo un gran negocio.

Pero va siendo hora de que reclamemos una justa distribución de los impuestos, y una recaudación justa de impuestos. Y reclamar una renta básica garantizada es una reivindicación mínima que no deberíamos dejar de reclamar. 
En realidad, deberiamos ser conscientes de que el control es necesario, un poder sin control al final siempre se ejerce en beneficio propio, y por eso tenemos necesidad y derecho moral a controlar todo el gasto público y a sus gestores y administradores. Y tenemos derecho a que todos contribuyan de forma proporcional a sus ingresos y sus bienes a sufragar los costes del estado.

Y aun viviendo en sociedades de masas, en donde la democracia directa es inviable la mayor parte de las veces, ello no quita que debamos buscar la máxima participación en la formulación de objetivos, en las decisiones de todo tipo, aprovechando las modernas tecnologías y técnicas sociales. Y desde luego, deberíamos tener posibilidad de controlar de cerca y estrictamente la gestión y actuación de nuestros representantes, y los mandatos deberían estar limitados por todo tipo de salvaguardas a favor de los representados. 
Y finalmente, deberíamos negarnos a dejarnos engañar por falacias como la de que la lógica del mercado es la mejor solución para la gestión de lo público. Por definición ya es absurdo, porque el fin de la empresa privada capitalista es el lucro del dueño del capital, no ofrecer el mejor producto al menor precio posible. El empresario busca el menor coste posible al mayor precio posible, por tanto un sobrecoste para las arcas públicas. Y además, hay servicios que deben prestarse, aunque no reporten beneficio económico directo a corto plazo. Gran parte de los servicios públicos lo son de infraestructura o de inversión a largo plazo: educación, salud, comunicaciones, etc. Cuando no lo son, vemos que las empresas privadas dejan en la cuneta a colectivos enteros: pobres, habitantes de pueblos pequeños, discapacitados, menores, etc.





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